#Calores
Aprovechando el estreno de ‘Sorda’, hablé el sábado en mi sección de Julia En La Onda de las películas que evocan sensaciones más allá de lo visual. Películas como la de Eva Libertad, que con más talento que medios enfatiza la importancia del sonido en nuestra vida, o peliculones como ‘Fuego en el cuerpo’, capaces de casi producir calor físico en sus espectadores. Calor o calores, que no es lo mismo.
Para conseguir sus objetivos sensoriales, se puede tirar de técnica y efectos especiales (el espacio exterior en ‘Gravity’) o de las ganas de un actor de tener un Oscar y su disposición a dejarse torturar (el frío en ‘El renacido’).
Es más leyenda que realidad que los espectadores del tren de los hermanos Lumière huyeran despavoridos de las proyecciones de aquella protopelícula, temerosos de que la locomotora atravesase la pantalla y se los llevase por delante. Yo creo que gozaron de las sensaciones reales pero ficticias que el cine ya les empezaba a dar.
Desde entonces muchísimas películas han querido trascender la pura experiencia audiovisual. Sobra decir que rara vez lo han logrado de verdad. Muy escasas son las que han dado calor de verdad, frío de verdad, asco de verdad o ganas de atravesar la pantalla de verdad y comer de verdad eso que están comiendo ahí dentro. Hay películas que dan hambre de verdad.
#Olores
Puede que ‘El perfume’ sea una de las pelis que han intentado más fuerte y han conseguido menos apelar a un sentido que no sea la vista. También es verdad que se puso el listón muy alto a sí misma. Dirigida en 2006 por el irregular Tom Tykwer, la adaptación de la novela de Patrick Süskind aspiraba a repetir la proeza del libro de Süskind: acceder a la pituitaria del espectador sin pasar por su nariz.
‘El perfume’ fue un fenómeno literario desde su publicación en 1985, convirtiendo a Süskind en una leyenda antes de los 40. El autor alemán, discreto hasta extremos extravagantes, ni acudió al estreno de la película de Tykwer ni apoyó (tampoco arremetió contra) el resto de obras claramente inspiradas en su novela. A ‘El perfume’, la película, le fue razonablemente bien. El suyo fue un caso de éxito literario que sí lleva espectadores a las salas, un fenómeno también muy específico y que, como ya he comentado alguna vez en esta newsletter, también se intenta muchas más veces de las que se consigue.
El mismo Tom Tykwer, quizá envalentonado con el no-fracaso de ‘El perfume’ (*), se embarcó unos años después en otra innecesaria dificilísima adaptación cinematográfica: ‘El atlas de las nubes’. Para llevar a la pantalla la novela de David Mitchell, Tykwer contó con las hermanas Wachowski, que firmaron junto a él tanto la dirección como el guion. Otras cosas que tuvo el trío: un presupuesto holgado (más de 100 millones de dólares) y un reparto tan lucido como extraño. En ‘El atlas de las nubes’ podemos ver a Tom Hanks, Halle Berry o Susan Sarandon perdidísimos en un guion que, como la novela, combina espacios y tiempos para componer una especie de alegoría de yo qué sé qué.
(*) Y aún surfeando la ola de ‘Corre, Lola, corre’, la película que lo puso en el mapa, y cómo.
#Errores
‘El atlas de las nubes’ encaja muy bien en las filmografías tanto de Tykwer como de las Wachowski: es alegremente kamikaze como las películas de él y engañosamente profunda como las de ellas. Cuando ‘El atlas’ despertó críticas por el yellowface de algunos de sus intérpretes, que sin explicación ninguna encarnaban y dejaban de encarnar personajes asiáticos, la respuesta de sus directores mencionó la “continuidad de las almas (…) dentro de un arco temporal de 500 años”. Se supone que de eso iba ‘El atlas de las nubes’. Así de kamikaze y de engañosamente profundo todo. Sin embargo, no fue la polémica del yellowface el mayor problema de la película, que fracasó en taquilla, añadiéndose a la larga lista de proyectos audiovisuales incapaces de capitalizar el éxito de sus antecedentes literarios.
Hace relativamente poco, Netflix tuvo su propia ‘El atlas de las nubes’. El proceso de producción de ‘El problema de los tres cuerpos’ recordó al de ‘El atlas de las nubes’: novelas con éxito y culto, inversión altísima, expectativas desbocadas, la sospecha de que “igual esto no es para tanto y nos hemos venido arriba” y unos nombres muy conocidos al frente.
En este caso, esos nombres eran nada menos que D.B. Weiss y David Benioff, creadores de ‘Juego de tronos’ fichados a bombo y platillo por Netflix. Benioff y Weiss capitanearon una nave que, desde el minuto uno (el anuncio del proyecto), flotaba regular tirando a mal. Cuando precisamente un barco creado digitalmente hizo el ridículo (visualmente) en el que se suponía uno de los clímax de la serie, la metáfora se hizo sola: ¿Cómo podía ser que una superproducción con tantísimo dinero (unos 20 millones de dólares por episodio) se conformase con semejante cutrez? ¿Tanto habían confiado sus responsables en unos fans a los que realmente no conocían?
Tampoco eran estas las preguntas más incómodas que podían hacérsele a ‘El problema de los tres cuerpos’, una serie que pretendía hacer accesible un espeso best-seller de un autor chino (Liu Cixin) que, para más inri, ya había sido convertido en serie en, evidentemente, China. Como en tantas otras cosas (hola, Trump), la idea (nuestra) de que China siempre necesita que venga el resto del mundo a darle una palmadita en la espalda, estaba completamente desnortada.
La china ‘Three-Body’ fue un éxito local. Siendo ese “local” una nación de 1.400 millones de habitantes, claro. Pero fuera de su país de origen, ‘Three-Body’ no llamó demasiado la atención, así que entiendo la tentación de Netflix de obviar su existencia y producir una nueva versión… menos china. Eso es, literalmente, ‘El problema de los tres cuerpos’. Y ahí, en su esquizofrénica relación con “lo chino” está el mayor de sus (muchos más de tres) problemas. Los ultimos Emmys le enviaron un mensaje claro: sabemos que os habéis gastado mucha pasta, lo valoramos, gracias por participar, circulen. Además de a cinco premios técnicos, ‘El problema de los tres cuerpos’ fue nominada como mejor serie dramática. Ese Emmy fue, qué cosas, para ‘Shogun’, una serie que no “capea” su esencia oriental, sino que la abraza, la subraya y la respeta. ‘Shogun’ se llevó el Emmy de mejor serie dramática... y otros dieciséis.
Además de en los premios y comercialmente, ‘El problema de los tres cuerpos’ fracasó como propuesta intelectual y sensorial. Su “supercomplicated math”, como dirían Tina Fey y Amy Poehler, no cuajó. Tampoco lo hizo su propuesta visual, con una ficción dentro de una ficción que, en pantalla, lucía pochísima. Y fea. La realidad virtual alienígena en la que sus protagonistas se sumergían era una horterada.
La serie de Netflix, sin quererlo, sí apeló a otros sentidos: olía a cerrado, sabía a rancio y tenía el tacto de la seda sintética, un tejido tan artificialmente suave que la piel humana reacciona a su contacto con más repelús que placer. La seda de ‘Shogun’ era, al contrario, buena. Porque era natural. Y auténtica.
‘El perfume’ está disponible en Apple TV+. ‘El atlas de las nubes’ puede verse, en alquiler, en Apple TV+ y Prime Video. ‘El problema de los tres cuerpos’ está en Netflix y ‘Tres cuerpos’, la serie china, en Viki, plataforma especializada en contenido chino. Y suscríbete a esta newsletter, coño.