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Ser gracioso nace de una inadaptación. Siempre. Hace unos meses entrevisté a una escritora con la que me he reido muchísimo desde mi más tierna infancia. Descubrí sorprendido que para ella ser graciosa es una cosa dolorosa (y no es una excepción). Primero, porque piensa que "le resta valor" a lo que escribe. Después, porque es un caso prototípico. La gente dice "hay que ver, qué graciosa es fulana, qué cosas dice / se le ocurren" hasta que descubre (algo aterrada) que la escritora en cuestón está hablando en serio todo el rato y que no es que sea graciosa, es que ella ve el mundo así (o sea, de esa manera tan rara que a todos nos hace tanta gracia). La risa surge en ese impreciso límite entre el sur de la campana de Gauss y la agresión. Nos reimos para defendernos.

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