Lo primero es lo primero: disculpad la no comparecencia de esta newsletter el viernes pasado. Antes o después, la doble publicación semanal terminaría mordiéndome en el culo. Así ha sido. Pero no garantizo que no vuelva a repetirse. Quizá deberíamos conformarnos, vosotros y yo, con un solo envío semanal de esta cosa. Como diría una madre: me duele más a mí que a ti. Y es cierto. Pocas cosas me dan más rabia que no cumplir mis propios compromisos, por informales que sean.
Va por vosotros, cómicos
Mi columna de los lunes de El Mundo está esta semana dedicada a los cómicos. Así, en general. Me resultan una especie humana fascinante. Y ahora que de vez en cuando trabajo a su lado, más. ¿Cómo se puede vivir de la risa de los demás sin que esto afecte a la tuya propia? Siempre entendí a los cómicos que se resisten a hacer gracietas fuera del trabajo (ver: gratis) pero ahora más. Porque ahora, y perdonad la osadía, sé lo que es no querer malgastar chistes y comentarios divertidos que puedes reconvertir en trabajo. O en un trabajo mejor.
Por otro lado, no soy demasiado fan de la ficción cómica. No es que no me guste reírme con series o películas, pero termina aburriéndome que las que tienen la carcajada como principal objetivo con frecuencia se olviden de casi todo lo demás: trama, conflicto, final… Las sitcom, cuya estrategia de supervivencia suele ser no avanzar, no cambiar, nunca han sido mis series favoritas. Y eso incluye ‘Friends’, sí. Siendo ‘Friends’ una serie que entendió que ALGO tendrían que evolucionar sus personajes, que su estabilidad total (otra de las leyes de la sitcom) podía y debía ser conculcada. A ‘Friends’ le salió bien. Otras sitcom, la mayoría, ni lo intentan. El riesgo es mayor que el beneficio potencial y pocas series son más matemáticas y formulaicas que las comedias de situación.
Solo no puedes, con amigos sí. Y con guionistas
Antes de que termine 2025 Disney+ estrenará ‘Enterpreneurs’, la serie de los Pantomima Full. ‘Enterpreneurs’ no parece una sitcom al uso y eso me tranquiliza. Primero porque ese género en España hace años que, en su versión pura, apenas existe y segundo porque, en manos de cómicos profesionales, las comedias de situación tradicionales son doblemente arriesgadas: ellos suelen querer escribirlas, protagonizarlas e incluso dirigirlas y, perdonad de nuevo la osadía, queridos cómicos, muy pocas personas saben hacer esas tres cosas bien. Y mucho menos bien y a la vez.
Muchas comedias legendarias norteamericanas planteadas en torno a un cómico (ya sea superestrella o con un plan de convertirlo en) son una construcción con muchísimos más elementos. Los listados de guionistas de ‘Roseanne’, ‘Ellen’ o ’Seinfeld’ son largos y mutantes: de sus salas de guion entra y sale gente constantemente.
Algunos de esos escritores raramente famosos coordinan la mayoría de sus episodios, a veces desde el puesto de cocreadores, junto con la estrella protagonista o sin ella. Ellen DeGeneres no figura como creadora de ‘Ellen’ porque, sencillamente, no lo es. Roseanne Barr sí lo era de ‘Roseanne’, pero en concepto de creadora del personaje de Roseanne, que era el alter ego cómico de la Roseanne real. Más peculiar es el caso de ‘Seinfeld’, creada a cuatro manos por Jerry Seinfeld y Larry David: éste último terminaría teniendo su propia serie, una anticomedia de situación sofisticadísima en la que el alter ego de David era el propio David. Cuanto más tiempo pasa, mejor me parece ‘Curb Your Enthusiasm’. Retitulada en España como ‘Larry David’ (porque por qué no) esa serie sí que la vi enterita y religiosamente.
Me lanzaré sobre ‘Enterpreteurs’ y sobre ‘Se tiene que morir mucha gente’ en cuanto me dejen verlas. Pocas personas me hacen reír más que los Pantomima o Victoria Martín, una de las cómicas españolas que más arriesga con su alter ego. Ella sale en la serie de los primeros y controla ‘Se tiene que morir mucha gente’, que adapta su propia novela. No sé qué esperar de ellos pero de la gente con un talento especial e indefinible siempre espero lo mejor. Además, cómicos de los que no esperaba gran cosa (básicamente porque no seguía sus carreras) me han dado algunas de las mejores series de los últimos años. Cómo echo de menos ‘El fin de la comedia’, la obra maestra de Ignatius Farray, Miguel Esteban y Raúl Navarro. Cómicos los tres, sí. Pero sólo uno una estrella. Y de aquella manera.
Tener “eso”
Llevo meses acudiendo con cierta regularidad a espectáculos de comedia, monólogos la mayoría. Empecé a hacerlo después de ser rechazado para un trabajo televisivo en el que ser (profesionalmente) cómico resultó ser un requisito imprescindible. Así que, en cuanto se confirmó la negativa (“no nos llames, ya te llamaremos nosotros”) me puse proactivo y decidí que por qué no iba a ser yo eso también: cómico profesional. Me parecía una línea del currículum asequible. Can do. Y me puse a escribir un monólogo para mí mismo.
Soy bueno detectando las estructuras y los mecanismos de un texto escrito o interpretado. Eso hice con los monólogos de [no voy a decirlo, si triunfo no os pienso pagar derechos] y sobre esa base levanté el mío. Spoiler: no funcionó. Soy más gracioso que la media, escribo mejor que la media y tengo más morro que la media, pero la comedia profesional no es sólo eso. Hay algo más, algo que se me escapa, algo que no es nada fácil de deconstruir o aislar. Uno puede ser María Barranco, Paco León, Chus Lampreave, Verónica Forqué, Malena Alterio, Asaari Bibang o Dani Mateo o puede ser [no voy a decirlo, si triunfo no os pienso pagar daños y perjuicios psicológicos]. Uno no elige si es gracioso o no lo es. Tampoco sabe hasta qué punto su gracia puede convertirse en espectáculo.
Puede que mi gracia y mi humor, que los tengo (*) hayan encontrado su límite como línea del currículum. Por eso he empezado a tantear otras cosas. Cosas que también me parecen fáciles cuando las hacen otros y a mí ya empiezan a hacérseme muy cuesta arriba. Un día escuché a un cómico decir que menos mal que podía vivir de la comedia porque no sabía hacer nada más. Me pareció algo tristísimo y a la vez muy cercano a esas supermodelos que declaran no verse guapas. O no más que tú. Porque nosotras a veces nos levantamos y somos adefesios. Yo soy una chica normal dijo Gisele. O Linda. O Erin Wasson (**). Claro que sí, guapi.
(*) Para que no parezca que estoy besando mi imagen en el espejo, aquí va una lista de cosas que hago mal o muy mal: conducir, ahorrar, comprar en rebajas, los platos de cuchara, manejar el lavaplatos, hacer las facturas bien a la primera, controlar cuáles están pagadas y cuáles no, dormir más de siete horas, estar a dieta, no estar a dieta.
(**) Me lo dijo a mí, concretamente.
Hasta hace poco me parecía una grosería que algunos de los profesionales del entretenimiento mejor pagados del mundo sean, en esencia, cómicos de micrófono en escenario vacío. Hoy lo veo justísimo. Y lejos.
(‘Enterpreneurs’ se estrenará en 2025 en Disney+, ‘Se tiene que morir mucha gente’ está ya grabándose y en algún momento del futuro podrá verse en Movistar+ y ‘El fin de la comedia’ está incluida en el catálogo Prime Video)
Ser gracioso nace de una inadaptación. Siempre. Hace unos meses entrevisté a una escritora con la que me he reido muchísimo desde mi más tierna infancia. Descubrí sorprendido que para ella ser graciosa es una cosa dolorosa (y no es una excepción). Primero, porque piensa que "le resta valor" a lo que escribe. Después, porque es un caso prototípico. La gente dice "hay que ver, qué graciosa es fulana, qué cosas dice / se le ocurren" hasta que descubre (algo aterrada) que la escritora en cuestón está hablando en serio todo el rato y que no es que sea graciosa, es que ella ve el mundo así (o sea, de esa manera tan rara que a todos nos hace tanta gracia). La risa surge en ese impreciso límite entre el sur de la campana de Gauss y la agresión. Nos reimos para defendernos.